viernes, 31 de octubre de 2014

Laberintos del subconsciente. Cronotopos surgidos del cine moderno.


«Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo [...] » 
                                                     Jorge Luis Borges,
                                            extracto de Arte Poética.


Hace ya algunos años escribí un artículo de presentación para un ciclo temático de proyecciones en la Filmoteca de Sant Joan d’Alacant, que dirigí durante varios años. El ciclo de aquel mes de noviembre de 2010 se titulaba Laberintos del subconsciente. Y he de decir —creo que ya puedo decirlo— que la elección del tema no fue fortuito por mi parte. Es más, ningún ciclo de aquella IV temporada de la Filmoteca fue escogido al azar. Durante aquellos meses atravesaba momentos complicados en mi vida personal y traté de establecer en la estructura de la temporada unos códigos personales, unas segundas líneas de significación —en clave barthesiana— con el simple motivo, a veces impulsivo, de un desahogo personal que aliviara mi espíritu, al tiempo que esperaba ser lo suficientemente sutil como para no hacer protagonista a dicho deseo.

Tras un primer ciclo, en octubre de aquel año, sobre cineastas ‘rebeldes’ (necesitaba hablar sobre la rebeldía) en el cine negro norteamericano, sentí la necesidad de escribir sobre los recuerdos, el estado onírico y el paso del tiempo. Deseaba inventariar todo ello, enmarcándolo en algún lugar, de manera que quedase registrado de algún modo. La excusa, y herramienta, fue la Filmoteca, que se tornó en motivo personal —pues en aquel momento significaba mi mayor ventana al exterior—, a la que llegué a confiar, entre las líneas de mis artículos, mis propias dudas existenciales.

Sin saberlo, estaba realizando un ejercicio ‘cronotópico’; un ejercicio de registro de ideas, pensamientos y emociones, en un tiempo concreto e histórico, y en un espacio único para ello. A su vez —y en la superficie, natural, del propio contexto de redacción cinematográfica—, con el ciclo de noviembre, Laberintos del subconsciente, estaba realizando un ejercicio de análisis de la plasmación del subconsciente en la narrativa moderna del cine. Un marco dentro de otro, un análisis de cronotopos cinematográficos dentro de otro puramente personal.

Y, sin embargo, resultó. A sabiendas de que nunca habría sido capaz de organizar tal propósito de forma consciente, hoy, propuesto para escribir sobre el cronotopo bajtiniano en mediación con las artes, retomo aquel caso como singular prólogo de este texto, centrándome, a partir de ahora, en el hecho del análisis puramente cinematográfico, respecto al cronotopo del subgénero moderno, rompedor, nacido en los años 60, y del que hablaba en aquel ciclo temático.

Cartel promocional del ciclo Laberintos del subconsciente


Afirmaba Julio Cortázar, en su cuento Historias con migalas, que «todavía no sentimos montar los recuerdos, esa necesidad de inventariar el pasado que crece con la soledad y el hastío» (Cortázar, 342). Sin embargo, y desde sus inicios, el cine, entre todas las artes, posee una relación única con el tiempo y el espacio. Ya la fotografía, capturando una ‘rebanada’ de la vida y del tiempo, asignaba una vida eterna al ‘doble fantasma’ cartesiano de espacio y tiempo, encarnado en, y como, una imagen. En esta perspectiva, el crítico francés André Bazin escribió en su célebre libro ¿Qué es el cine? que «el cine se nos muestra como la realización en el tiempo de la objetividad fotográfica» (Bazin, 29).

Así pues, la sensación de montar los recuerdos de la que hablaba Cortázar, tal vez no sea posible para el ser humano (en un estado de vigilia), pero puede ser factible a través del medio cinematográfico. La narrativa cinematográfica desarrollada a partir de los años 60 absorbió, entre otros, del arte literario de varios escritores del pasado siglo como Marcel Proust, James Joyce o William Faulkner. Esta corriente modernista marcó una ruptura significativa con lo establecido y consiguió ‘montar’ los recuerdos fotográficos como cronotopos particulares en la historia del cine.

Anteriormente a esta ruptura moderna, en la narrativa clásica —que el crítico estadounidense Noël Burch acuñó como Modo de Representación Institucional—, el cronotopo cinematográfico era literal, abocinado a un espacio único —a través de una pantalla con dimensiones específicas— y desarrollado en un tiempo lineal, más allá de la época ficticia o espacio que las películas podrían construir, y a pesar de varios intentos aislados (excepcionales, como en el caso de Orson Welles) y de la vanguardia de los años 20.

Para establecer su teoría sobre el cronotopo, Mijaíl Bajtín, crítico y teórico literario ruso, se centró en, aproximadamente, dos milenios de producción literaria. En su libro Teoría y estética de la novela Bajtín subrayaba lo siguiente en las ‘observaciones finales’ del mismo:
«El cronotopo determina la unidad artística de la obra literaria en sus relaciones con la realidad. Por eso, en la obra, el cronotopo incluye siempre un momento valorativo, que sólo puede ser separado del conjunto artístico del cronotopo en el marco de un análisis abstracto. En el arte y en la literatura, todas las determinaciones espacio-temporales son inseparables, y siempre matizadas desde el punto de vista emotivo-valorativo. Naturalmente, el pensamiento abstracto puede concebir por separado el tiempo y el espacio, ignorando su elemento emotivo-valorativo. Pero la contemplación artística viva (que también tiene su modo de pensar, pero que no es abstracta), no separa ni ignora nada. Considera el cronotopo en su total unidad y plenitud» (Bajtín, 393).

Sin embargo, un concepto de cronotopo igualmente productivo sirve para el análisis del joven arte cinematográfico. De hecho, como sostiene el teórico cinematográfico, norteamericano, Robert Stam, en su libro Multiculturalismo, cine y medios de comunicación, «el cronotopo parece, en cierto modo, aún más apropiado para filmar que en la literatura. […] los modelos narrativos en el cine no son simplemente microcosmos que reflejan los procesos históricos; son también coordenadas de experiencias a través de las cuales la historia puede ser escrita y la identidad nacional figurada» (Shohat y Stam, 118).

Al desafiar el cronotopo realista de la narrativa clásica, los cineastas modernos parecían aplicar la idea de Bajtín para dar cuenta de inusuales y heterogéneas expresiones de espacio y tiempo.

Para fabricar un marco espacio-temporal 'rebelde', estos directores, sin duda, se basaron en una serie de aspectos técnicos, claves en la cinematografía, como el montaje, el trabajo de cámara, la iluminación, el sonido o la yuxtaposición de imágenes y escenarios, por nombrar unos pocos. Estas construcciones ficticias dan fe de tiempos y espacios diversos. Y, al igual que en la literatura moderna, consiguen componer estructuras oníricas, en espacios remotos y tiempos imposibles. Reducen o aumentan los tiempos narrativos a su antojo y sitúan los espacios del relato en acomodación a los mismos, formando cronotopos únicos, particulares de cada film, y un cronotopo genérico, común de la corriente modernista.

Como ejemplo de este cronotopo genérico, sirva el trabajo de los tres cineastas citados en aquel ciclo de noviembre de 2010 en la Filmoteca, Laberintos del subconsciente: Alain Resnais, David Lynch y Wong Kar-Wai. Rescato, también, las palabras que dediqué a los tres en la presentación del ciclo:
«Tres maneras de mostrar la versatilidad del arte cinematográfico para, en este caso, adentrarse en lo más profundo del subconsciente humano e imitar sus estructuras y ritmos oníricos. El deseo, el amor, el miedo, la vida y la muerte, multitud de símbolos de la naturaleza más simple se funden en un complejo laberinto de pasillos y habitaciones, travellings y flashbacks, para reflejar la subjetividad de la mente y sus misterios, en la constante reinvención del cine moderno».

Alain Resnais, Wong Kar-Wai y David Lynch

Un ciclo que definí como «un magnífico puzle, donde todos los elementos se funden en un laberinto onírico entre la mente y el tiempo», añadiendo que «al mismo tiempo, la conjunción de los tres cineastas expuestos en este ciclo, desemboca en un mismo río de influencias internas y externas, extensibles a otras corrientes artísticas como la literatura o la pintura».

Como conclusión, retomo la cita inicial de Borges, para definir mi cronotopo particular de esta entrada como una revisión de la fecha marcada de aquel ciclo, un símbolo de mis días y de mis años, de los que ahora trato de convertir su ultraje en una música, un rumor y un símbolo. Un nuevo símbolo. Un nuevo marco. Un nuevo cronotopo particular dentro de otro, que es, al fin y al cabo, lo que significa este texto.

Javier Ballesteros



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Bibliografía utilizada:


BAJTÍN, Mijaíl. Teoría y estética de la novela. Madrid. Taurus. 1989

BAZIN, André. ¿Qué es el cine? Madrid; Rialp, 2006

BORGES, Jorge Luis. Arte Poética. Seis conferencias. Barcelona; Crítica, 2001

CORTÁZAR, Julio. Cuentos completos 2. Madrid; Alfaguara, 1994

SHOHAT, Ella., STAM, Robert. Multiculturalismo, cine y medios de comunicación. Barcelona; Paidós, 2002




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