sábado, 4 de octubre de 2014

Ordet. Dreyer y el poder de la palabra.



«En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios…»
Juan 1:1 


No es complicado deducir que el origen del título escogido por el dramaturgo danés Kaj Munk para su aclamada obra teatral de 1925, Ordet (La palabra, en su traducción literal del danés), deriva de este primer, y controvertido, versículo del prólogo del Evangelio de Juan. Un título marcado a conciencia en especial atención al protagonista de esta obra, Johannes, un quijotesco personaje que, ‘enloquecido’ por sus estudios teológicos, se proclama a sí mismo como la reencarnación de Jesucristo, a su vez reencarnación de la Palabra, tal y como indica Juan en el decimocuarto versículo de su prólogo: «Y la Palabra se convirtió en carne» (Juan 1:14).

La controversia sobre el prólogo del evangelio de Juan proviene de la lógica dificultad de una traducción única desde su original concepción en griego koiné o helenístico. El término griego original para ‘la palabra’ es logos. Un término que derivó en varias acepciones según el origen de la traducción del prólogo de Juan. Para unos, el Logos significa la razón, o la palabra hablada, sabiduría y doctrina. Para otros, ‘el verbo’. He aquí, que desde el inicio de los textos bíblicos ya encontramos las primeras discontinuidades, en alusión al término foucaultiano, por la palabra y desde la palabra. Estas primeras discontinuidades, o disconformidades, del uso lingüístico, en la traducción y significados de los textos bíblicos, son muestra de las múltiples lecturas de las que han sido objeto los textos bíblicos, particularmente, desde el cristianismo. Partimos, pues, de un logos, que en su práctica en la historia nos deja multitud de acepciones dogmáticas surgidas de su propia naturaleza omnipotente. 

El prólogo del Evangelio de Juan y las anotaciones anteriores sobre el origen de las variantes de la fe cristiana desde sus múltiples lecturas, sirven, a su vez, como prólogo a esta entrada, que, a partir de ahora, se centra en la figura del cineasta, también danés, Carl Theodor Dreyer y de su obra fílmica La Palabra (Ordet, 1955), basada en la obra homónima de Kaj Munk.





Y es que la obra de Dreyer acude precisamente a mostrar en imágenes la paradoja de la fe cristiana, a partir de una muestra de sus discontinuidades históricas, en la rivalidad por la razón, por la palabra. En este caso, con el enfrentamiento dogmático entre dos corrientes religiosas, ambas protestantes, de un pequeño pueblo danés. Por una parte, se encuentra la corriente que profesa el viejo Morten Borgen, que aboga por un cristianismo luminoso, agradecido a la vida y al intelecto. Enfrentado a Borgen, y a su familia, se encuentra la corriente que profesa la familia del sastre Peter Petersen, llamada de la 'Misión Interior', ultradefensora y radical, que sostiene una certeza absoluta sobre la redención cristiana y el castigo a los no creyentes. Al enamorarse el hijo menor de Borgen de una de las hijas de Petersen nace una necesidad de entendimiento entre ambas familias, por el bien de los jóvenes. Sin embargo, ninguno de ellos cede ante la palabra del otro, ante la palabra derivada de cada uno de sus dogmas cristianos. He aquí la primera paradoja del relato.

Alrededor de ambas familias se sitúa un mediador, verdadero redentor, al que nadie, salvo la hija pequeña de Borgen, hace caso: Johannes, el hijo mediano de Morten Borgen, a quien tildan de loco sin remedio tras autoproclamarse la reencarnación de Jesucristo. Según su familia, Johannes había enloquecido al sumirse en la Teología buscando una identificación con Cristo; particularmente, a partir de los textos de Søren Kierkegaard. Consciente del poder que se le ha otorgado, Johannes asume la Palabra de Dios y, en su oratoria particular, se dirige a su familia como un iluminado, poseedor de la Palabra, la razón, el conocimiento único y divino. Johannes deambula por todas partes citando los evangelios y aparece en los momentos de mayor conflicto, profetizando advenimientos y marcando el camino de la redención de su familia. La segunda paradoja es, por la tanto, la resultante de la fe profesada sobre la reencarnación cristiana y la negación de la posibilidad de la misma en el tiempo presente. Lo que Dreyer trata de mostrar en Ordet es la pérdida de la esencia misma de la fe cristiana: el poder de la ‘palabra’. Una ‘palabra’ distorsionada; reinterpretada, continuamente, durante casi dos milenios.

Pero es cuando Inger —la esposa de Mikkel, el hijo mayor de los Borgen— está al borde de la muerte, tras serle realizado un aborto, cuando el relato adquiere un significado realmente transcendental. El viejo Morten Borgen, incapaz de obtener respuestas sobre lo que sucede desde su fe, desesperado y hastiado ante el comportamiento de Johannes, quien advierte de la proximidad de la muerte, se dice a sí mismo: «Esto es una locura. Y, sin embargo, ¿qué es la locura y qué es la razón?». Johannes le responde: «Te estás acercando a Dios. Todo depende de una palabra». Poco después, Inger muere.

En este punto del relato, ante la impotencia del viejo Borgen enfrentado a su propia fe, creo interesante hacer hincapié en el concepto de poder. Michel Foucault afirmó que «el poder está en todas partes» y que solo debemos «hacer visible lo invisible». Por otra parte, el sociólogo, también francés, Pierre Bourdieu retomaría, a finales de los años 60, la teoría de Foucault, para ofrecer un concepto más amplio, y cuyo análisis del poder se basa en la articulación de dos conceptos básicos: el de 'violencia simbólica' y el de 'habitus'. Según Bourdieu, el poder «conforme se va autolegitimando también se va institucionalizando». La producción de verdad se legitimiza, en un 'habitus' —respecto al proceso temporal y social del mismo—, mediante poderes simbólicos que Bourdieu denominó ‘violencia simbólica’.

Precisamente, el final transcendental de Ordet se me antoja como ejemplo perfecto del primer concepto foucaultiano de poder y del consiguiente poder simbólico de Bourdieu. El milagro de la resurrección de Inger hace visible para todos lo que hasta entonces les era invisible: la pérdida de la esencia religiosa, de la fe. A su vez, esta pérdida es muestra de una institucionalización religiosa en los fieles, carente de una verdad absoluta, pero autolegitimada a lo largo de la Historia. 

Así pues, solo ante los ojos, puros (no institucionalizados, en términos bourdieuanos), de la niña, Johannes es potencialmente 'capaz'. A través de la fe de la niña, le es concedido el poder a Johannes, quien hace uso del mismo a través de la palabra: «Jesucristo, si es posible, dale permiso para volver a la vida. Dame la Palabra. La Palabra que puede resucitar a la muerta. Inger, en nombre de Jesús, te lo ordeno, ¡levántate!».

Johannes consigue, a través de la palabra, resucitar a Inger y, a su vez, hace visible ante los ojos de todos, incluido el espectador, lo que hasta entonces les era invisible: la pérdida de una fe que profesa, justamente, el poder de la palabra.


Javier Ballesteros




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